Porqué el béisbol. (Why baseball?)

March 27, 2012 by · Leave a Comment

Aquel atardecer me sorprendió admirando el asedio de un cucarachero a una “limpiacasas”. Cada picotazo tímido del pajarito marrón hacía saltar y volar al lagartijo de tonalidades azules. Ni en aquellos momentos Felipe y Jesús Mario cesaban de bromear para molestarme.  Dentro de mi fascinación con el ave y el pequeño saurio me preguntaba si habría una manera de librarme de las chanzas de mis hermanos. Tan pronto como Papá terminó de cenar y salió a jugar dominó, mis hermanos continuaron sus bromas. Cuando estaba a punto de salir corriendo a refugiarme en el rincón más oscuro de mi habitación, sonó en el radio de tubos, encajonado en madera, de cornetas recubiertas por una tela blanca manchada de humedad: “En los deportes…Radio Rumbos presente está…” Esa música los hipnotizó cual flautista de Hamelín. “Bienvenidos al juego de hoy, Industriales del Valencia versus Navegantes del Magallanes”.

Respiré más tranquilo, me acerqué a la mesita del radio y empecé a escuchar un lenguaje enigmático de bolas, strikes, pitcher, jonrón, foul, ponche, tres y dos, outs, fly, cuadro adentro.

De pronto una discusión opacó las cornetas del radio. Mis hermanos discutían con Norys y Estílita porque ellas querían oir música mientras limpiaban los platos de la cena. El botón de sintonía se volvió pelota de béisbol que volaba entre las notas musicales de “El cable”, una pegajosa canción de teclados y trompetas con ritmo de carnaval, y los comentarios preliminares del juego de pelota. Cuando el forcejeo parecía derribar al radio de la mesa, me interpuse y Felipe exclamó: “¡Está bien! Que Alfonsito decida lo que vamos a escuchar”. Las muchachas sonrieron y me apretaron las manos. Pasé como dos minutos rodeando la mesa y dije que quería oir música. Mis hermanos arrugaron la cara y Estílita me levantó más arriba de su rostro. Sin embargo aquella jerga de bolas y strikes rebotaba en mis sienes. Además quería saber el porqué de aquella fiebre de Felipe y Jesús Mario por escuchar aquel juego. Mientras se retiraban a su habitación los escuché repetir un nombre. “En lo que se descuiden cambiamos la emisora. Tenemos que saber como está pitcheando el Látigo”.

Muchas veces papá nos iba a sacar de la pantalla verde oscuro donde una aguja roja corría por innumerables números amarillos para sintonizar las emisoras. Empezaba a preguntar por las interioridades del juego. Era una de las muy contadas ocasiones en que se detenía a conversar con nosotros por un motivo distinto a un regaño. Se sonrió por un rato cuando le explicamos lo que significaba un extrainning. De inmediato hizo un paralelismo con el fútbol. “¡Ah. Es como si fuera una prórroga pero no se acaba hasta que gane alguien!” Aquella tarde el juego se fue a extrainning, sin embargo papá nos pidió que le ayudáramos con el reloj del anuncio publicitario de su oficina.

El solar al lado de la escuela nos templaba cada atardecer con el timbre del final de las clases. El infield era de piedrecillas y los jardineros cubrían en la acera. Aquella tarde había reñido con Santiago porque le contó a la maestra que yo había apedreado una lagartija. Hubo un batazo al right field, Santiago buscó la pelota en la calle y lanzó al cuadro y de allí me la tiraron al “home”. Empezó un corre y corre y ante los esguinces del corredor, casi todo el equipo participó en la jugada, cuando se le escapó la pelota a uno de los muchachos, Santiago hizo la asistencia y me lanzó la pelota con tiempo pero se me cayó y perdimos el juego por esa carrera. Bajé la cabeza y empecé a caminar junto a la alambrada de la escuela. Oí una respiración agitada a mis espaldas. Santiago me dio dos palmadas en el hombro. “¡Tranquilo! Esas cosas pasan. Lo importante es que estuviste allí para hacer la jugada!”

Aún puedo sentir el frío del piso a través de los carritos del pijama. Bernie Carbo largó un vuelacercas como en el octavo inning para empatar el sexto juego dela SerieMundialentre los Medias Rojas de Boston y los Rojos de Cincinnati. El juego se fue a extrainning y como el radio se me cayera sobre el pecho varias veces, lancé la cobija al piso y me acosté sobre aquel témpano. Papá pasó por la habitación justo cuando Dwight Evans saltaba en el right field para empezar aquel infartante dobleplay. “¿Estás acampando en tu cuarto?” “El frío me mantiene despierto. Quiero saber como termina el juego”. Se quedó un rato sentado en la cama. Preguntaba que era un dobleplay, cuando la voz del narrador quebró las sombras de la medianoche. “Es un batazo inmenso hacia el monstruo verde. La pelota pega en el poste de foul y es jonrón señores, ganan los Medias Rojas y habrá séptimo juego”. Pasé como un minuto saltando sobre la cobija. Luego me senté al lado de papá y hablamos de temas inimaginables.

Aquel mediodía dominical de principios de febrero me encontró con un radio transistor en la oreja escuchando el tercer juego de la serie final entre Magallanes yLa Guaira. Nicuenta me dí cuando en la esquina me levantaron en vilo. Lo único que dije fue. “¡Mójenme a mí, pero al radio no!”. Los jugadores de carnaval me sumergieron con todo y radio en el tambor de agua. Salí desesperado a tratar de seguir escuchando el juego. Tuve que correr a casa de mis abuelos. Cuando prendí el radio de la sala, la voz de Delio Amado León emergía entre una gritería: “Y el Magallanes tiene montada la olla del sancocho de tiburón…”

Las cornetas del radio del comedor tronaron con una interferencia que develó una voz con un ritmo distinto al de “El Cable”. “Y cuando vamos para el octavo episodio Magallanes sigue venciendo al Valencia 1-0. Bárbaro duelo de lanzadores entre Isaías Látigo Chávez y Roberto Muñoz”. Hasta Norys y Estílita se habían sentado frente al radio. Ahí permanecimos hasta que terminó el juego. Desde entonces empecé a entender porqué mis hermanos dejaban lo que estaban haciendo para escuchar ese juego que llegaba por el radio. Aunque ahora no dispongo de tanto tiempo para escuchar todos los juegos, ni todos los innings de muchos de los que sigo, todavía sigo disfrutando con cada situación y con cada jugada que me hace preguntar como cuando le pedí a Felipe que me explicara “¿Qué es un strike?”.

Alfonso L. Tusa C.

English translation

That sunset surprised me watching how a “cucarachero” hunted a “limpiacasas”. Each attack from the little brown bird made jump and fly the blue lizard. Even in those moments Felipe and Jesus Mario didn’t stop teasing me. Inside my fascination with the bird and the lizard I asked myself if there was a way to set me free from my brothers’ jokes. As soon as Dad finished his dinner and left to play domino, my brothers kept pulling my leg. When I almost started running to hide myself in the darkest corner of my bedroom, the bulb radio, cased in a wooden frame, with speakers covered by white fabric with moisture stains, sounded a familiar song: “At the sports time…Radio Rumbos is over there…” That music  hypnotized them as the Hamelin flutist. “Welcome to today’s game, Industriales del Valencia versus Navegantes del Magallanes.”

I relaxed, got closer to the radio’s table and began to listen to an enigmatic language of balls, strikes, pitcher, home run, foul, struckout, outs, pop up, double play, umpire.

Soon an argument silenced the radio’s speakers. My brothers discussed with Norys and Estílita because the girls wanted to listen music while they cleaned the dinner’s plates. The tunning button turned into a baseball that flew between the musical notes of “El Cable”, a lively song with organ and trumpets plus carnival rhythm, and the preliminary comments of the ballgame. When the argument seemed to knock the radio down from the table, I got in between and Felipe said: “All right! Let’s Alfonsito decide what are we going to listen to.” The girls smiled and took my hands. I stayed like two minutes rounding the table. At the end I said I wanted to hear music. My brothers wrinkled their faces and Estílita raised me in her arms higher than her face. But that jargon of balls and strikes rebounded in my temples. I wanted to know why my brothers wished to listen to that game so feverishly. As they got back to their bedroom I could listen they repeating a name: “At the first chance we’ll change the radio station. We have to know how “El Látigo” is pitching.”

Many times Dad tried to take us out from that green screen where a red needle ran by a lot of yellow numbers to catch the radio stations. He asked about the game’s intimacies. It was one of those rare occasions when he stopped by to talk with us for a reason different from an argument. He smiled for a while when we explained him what the word extrainning meant. He immediately made a parallelism with soccer. “It’s like an over time that doesn’t end until one team wins!”

The place next to the elementary school pulled us each sunset with the bell indicating the classes had finished. The infield had many little stones and the outfielders played on the sidewalk That afternoon I had an argument withSantiagobecause he had told the teacher I had hit a lizard. There was a shot to right field,Santiagochased the ball in the street and threw it to the infield. The cutter guy relayed the ball to me at home plate. It began a running play and before the runner’s ability, one of the boys dropped the ball.Santiagomade the assist and threw me the ball on time but I couldn`t handle it and we lost the game. I bent my head down and started to walk along the school’s  wall. I heard some steps behind me.Santiagopatted twice on my shoulder. “Take it easy! This happens a lot in the game. The most important thing is that you were there to perform the play.”

I still can feel the floor’s chill through my pajama. Bernie Carbo hit a dinger in the eighth inning to tie the sixth game of the 1975 World Series. The game went to extra inning and as the transistor radio fell down on my chest several times, I threw my blanket to the floor and lied on that ice surface. Dad dropped by the room just when Dwight Evans jumped in the right field to begin that fabulous doubleplay. “Are you camping in your room?”. “The chill keeps my awake. I want to know how the game ends”. Dad stayed  for a while. He took a seat on the bed and asked about what was a doubleplay, when the teller’s voice broke the midnight shadows. “It’s a tremendous shot to the green monster. The ball hits the foul pole. It’s a home run, it’s a home run. The Boston Red Sox win. There will be a seventh game.” I kept jumping on my bed for a minute. Then I sat down besides Dad and we talked about many things.

That Sunday midday at the start of February found me with a transistor radio close to my ear. I listened to the third game of the Venezuelan winter league final series between the Magallanes Navigators and theLa GuairaSharks.I was so captured by the game that some guys took me by the arms and immersed me in a drum filled with water. They were playing carnival. I only said: “Bath me, but not the radio”. They immersed me and the radio in the drum. I came out in a rush to continue listening to the game. I had to run to my grandparents home. When I turned on the living room radio, Delio Amado León’s voice said: “…and the Magallanes team has the pan set to prepare the shark’s soup…”

The  dining room radio speakers sounded with an interference that showed a voice with a different rhythm to that of “El Cable”. “At the bottom of the seventh frame the Magallanes Navigators still beat the Valencia Industrials 1-0. What a tremendous pitching duel between Isaías Látigo Chávez and Roberto Muñoz.” Even Norys and Estílita took a seat in front  of the radio. We stayed there until the end of the game. From that moment I started to understand why my brothers left whatever they were doing to listen to that game on the radio. Despite now I don’t have enough time to listen to all the games, nor all the innings of many of which I follow, I still keep enjoying each situation, each play that make me ask like when I claimed Felipe to explain me “What’s an strike?”

Alfonso L. Tusa C.

Alfonso’s work has been featured in Venezuel’s daily newspaper, El Nacional and in the magazine Gente en Ambiente, and he has collaborated on several articles for newspapers, including the daily paper Tal Cual. He has also written four books and some biographies for SABR’s BioProject.

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